31 de enero de 2009

hombre santo

-¿Debemos entonces, hombre santo, enseñarle a los hombres que aprovechen la energía de la Creación para ser mejores, para no matar, para ayudar al prójimo, instruyéndolos en la forma de hacer el bien? -pregunté.

-No, en modo alguno. No instruyas a nadie, no des lecciones, ni le digas a nadie esto es lo bueno y esto es lo malo, esto debes hacer y no aquello. Dile tan sólo que no dañe a nadie y dile también que él, como Dios, tiene energía y tiene poder para crear y entonces creará y creará en perfección, muy lentamente, en siglos, pero creará un mundo más perfecto, como por siglos se ha ido perfeccionando este planeta. Pero que nadie obligue a otro a hacer lo que no quiere, que nadie enseñe, y mucho menos imponga, su verdad a los demás, del mismo modo que la rosa no le dice a la de al lado si sus pétalos deben ser más rojos o mas pálidos, ni el árbol a sus ramas por dónde deben extenderse, ni la golondrina le dice a otra con quién debe revolotear este verano para ver lleno de pajarillos el nido.

Se estaba yendo la tarde. No me era posible ya seguir escuchando. Me acerqué a él para besar un pliegue de su andrajoso hábito. «Adiós, hombre santo y sabio. Nunca os olvidaré» -me despedí.

-Que el Dios Supremo te acompañe y te dé la paz -dijo poniendo sus manos sobre mi cabeza.

Tomé la.vereda e inicié el regreso dejándome ir cuesta abajo. Estaba seguro de que no había perdido el día en el collado del fraile. Fue un buen encuentro con aquel desconocido en la montaña y no sé por qué pensé en mi hermanojacobo y en eljudío Gabirol. Seguí bajando y ya, entre dos luces, me resultaba difícil distinguir abajo la mancha verde de los molinos, pero bien sabía que sin abandonar la vereda llegaría finalmente a mi destino.